La serie “Latin America’s Ongoing Revolutions” explora los ángulos coloniales y postcoloniales de la historia revolucionaria de la región. ¡Lean la serie completa! [This post is a part of our “Latin America’s Ongoing Revolutions” series, which explores the colonial and post-colonial angles of Latin America’s revolutionary history. Check out the entire series.]
Por Alexis Palomino Navarrete
¿Cómo pensar a partir de lo que se ha llamado hoy el despertar social en Chile, la posibilidad de manifestación de una lógica de la soberanía diferente a la que hoy impera en Latinoamérica en general? Esta pregunta tiene principal importancia en la medida en que lo que se ha denominado popularmente como despertar social es, según argumento en estas líneas, el surgimiento de una voz del pueblo -quizá mejor de la multitud- que comienza a reclamar o exigir la destitución del presidente y el cambio de la Constitución de 1980 redactada durante la dictadura militar (1973 a 1991). No es casual que dentro de estas demandas sociales se encuentren juntos los términos despertar y destitución. Una pequeña suspicacia nos permitiría remitirnos a cómo Walter Benjamin comprende ambas nociones, dándonos una clave para percibir el primer camino hacia una forma de soberanía distinta cuyo primado ya no es el de instituir sino el de un destituir.
Siguiendo estas claves, el estallido social que comenzó el día 18 de octubre en Chile toma como consigna principal, no solo los 30 pesos del alza del pasaje (algo así como un centavo de dólar, de un pasaje que cuesta 730 pesos chilenos, un dólar y medio) del transporte público como causa de las primeras movilizaciones. También se trata de un despertar en relación con un modo de comprensión de la historia que nos devela que también son más de 30 años de abusos de un modelo económico que ha condenado a cierto sector de la población a las penurias y precariedades más extremas. En este sentido el modo en que Benjamin lee el despertar nos presenta una clave para comprender esto.
El giro copernicano de la visión histórica es éste: se tomó por punto fijo «lo que ha sido», y se vio el presente esforzándose tentativamente por dirigir el conocimiento hasta ese punto estable. Pero ahora debe invertirse esa relación, y lo que ha sido debe recibir su fijación dialéctica de la síntesis que lleva a cabo el despertar con las imágenes oníricas contrapuestas. La política obtiene el primado sobre la historia. Y, ciertamente, los «hechos» históricos pasan a ser lo que ahora mismo nos sobrevino: constatarlos es la tarea del recuerdo. El despertar es el caso ejemplar del recordar. Es en ese caso en el que conseguimos recordar lo más cercano, lo que esta más próximo (al yo). […] Hay un saber aún no conciente de lo que ha sido, y su afloramiento tiene la estructura del despertar.[1]
El encuentro que articula Benjamin entre el despertar y el recuerdo –gedenken o rememoración- nos lleva a intuir que lo que aquí está en juego es un modo de comprensión de la historia cuyas maquinaciones ha provocado que ciertas circunstancias, hechos y acontecimientos importantes hayan pasado al olvido. Por lo tanto, el shock que conlleva el despertar social en Chile vuelve a hacer latente estas aproximaciones benjaminianas al sacar a relucir nuevamente una historia subrepticia al modelo oficial. Tal historia da cuenta de los 30 años de abusos que la gente ha vivido y expone la secreta (o ya no tan secreta) confabulación entre la dictadura y la transición a la democracia.
Este afloramiento del recuerdo de una historia de abusos, junto con las manifestaciones por el alza del pasaje y el encuentro de muchas otras demandas sociales que no fueron escuchadas (como el cambio de modelo de pensiones, el aumento del salario mínimo, entre otras.) llevó a la exigencia por parte de los manifestantes de la destitución del presidente Sebastián Piñera y de su primo Andrés Chadwick (ministro del interior en los gobiernos de Piñera). Ambos acusados no solo de reproducir y proteger el modelo económico heredero de la dictadura, sino también de incitar y reprimir las revueltas sociales de la mano de las fuerzas armadas y de orden. Las cuales dejaron a su paso a más de 3.800 personas heridas de gravedad, 445 de ellas con pérdidas oculares a causa del uso indiscriminado de balines como medida de disuasión.[2] Este reclamo, o exigencia, se ha tornado una de las principales consignas, junto con la derogación de la Constitución de 1980, la cual al dia de hoy será sometida a un plebiscito popular cuya fecha ha sido modificada por el contexto del Covid 19. Sin duda esto ha sido una expresión de una fuerza de los movimientos sociales en Chile que hasta ahora no había conseguido la eficacia necesaria para poder ejercer una presión tal, que forzara tanto a los partidos políticos como al gobierno a acceder a un plebiscito para cambiar la constitución.
En este sentido es que con Benjamin pensamos el despertar social no solo como un acontecimiento que marca un antes y un después respecto de un pasado dormido, sino que más bien, es la manifestación de las huellas de movilizaciones y demandas que desde el retorno a la democracia en 1991 han acontecido en Chile y que encontraron en el 18 de octubre el lugar de confluencia donde estalló el descontento social, que por tantos años ha acechado al modo de un espectro que recorría las calles.[3] Por esto es que despertar es recordar que en Chile durante ya muchos años se ha luchado por la posibilidad de provocar cambios a partir de las manifestaciones sociales, que podríamos decir incluso buscaron siempre la posibilidad del ejercicio de una soberanía que hiciera frente a aquella que encarnaba el modelo militar de la dictadura de 1973.
Pues sin ánimos de dialectizar el problema y solo como un primer nivel de análisis, en apariencia tendríamos dos fuerzas que chocan coactivamente una con otra. Por un lado el polo representativo de la soberanía teológica clásica encarnada en Piñera y la fuerza policial que busca por todos los medios posibles y apelando incluso a una excepción de la ley que ha devenido permanente, la protección de la Constitución y de las principales instituciones que mantienen los ideales de la dictadura. Por otro lado, y de manera totalmente singular, la manifestacion de una fuerza acéfala que, careciendo de instituciones que lo representen, se toma las principales arterias de las calles de Santiago cortando el flujo de circulación normal de la ciudad, reapropiándose de espacios, interviniendo con rayados y consignas que exponen el descontento social.
Lo que sin duda debe llamarnos la atención respecto de estas manifestaciones, es la singularidad para con organismos institucionales a los que se les hizo imposible poder adjudicarse la representatividad de las consignas establecidas por los manifestantes del estallido social. Tanto los partidos políticos como las coaliciones de gobierno se vieron totalmente desbordadas por estas manifestaciones e incluso fueron flanco de muchas de sus críticas, al poner en cuestión justamente el problema de la representación política y del cómo se estaba hasta ahora ejerciendo la soberanía. Aquella que durante decadas había tomado decisiones desconectada de las demandas sociales que se estaban gestando en las calles.
Las manifestaciones, que llegaron a cumplir seis meses antes de la pandemia, rechazaron de forma categórica y reiterada la pertenencia a partidos políticos o a voceros que lideren el movimiento. El estallido social se posicionó como un movimiento que encarnaba una multiplicidad irreductible a la representación en la figura de una o más cabezas que lleven la batuta. Las manifestaciones dieron cuenta -al mejor estilo de Gilles Deleuze y Félix Guatarri- de una rizomaticidad que lo que busca es justamente hacer aparecer la crisis de la representación tal y como ha sido entendida tradicionalmente[4]. En un primer nivel de análisis existe, en efecto, un enfrentamiento entre dos polos. Sin embargo si nos hundimos un poco más en lo que las manifestaciones nos han mostrado, veremos que también subyace una reivindicación de la ausencia de un ordenamiento clásico o arborecente. No estaríamos, por tanto, en presencia ni de una clase social, ni tampoco de algo así como la clásica figura del pueblo. Más bien aquí aparece esa extraña figura de la multitud tal y como desde Baruch Spinoza se ha pensado la contraposición respecto de la figura del pueblo.[5]
Esos muchos que, habitando en su singularidad, conforman una comunidad acéfala que transitó e interrumpió las principales calles de Santiago -y también de Chile en general- expuso, día a día, su descontento con una forma de gobierno que hoy aún mantiene el control del Estado. Frente a estas demandas irresueltas, la solución no solo gravita alrededor de nuevas elecciones o de hacer surgir nuevos liderazgos que puedan detentar la banda presidencial. La potencia del estallido social y las manifestaciones en Chile no buscaron nuevos representantes, sino un cambio total y radical del modo de vida que el Estado propicia, donde incluso la derogación constitucional es solamente un primer paso. Ya no se puede pensar en lógicas clásicas de la soberanía estatal, pues la multitud que marcha y que se manifiesta da cuenta de una fuerza y una potencia que no busca devenir en institucionalidad. Ahora bien, ¿cómo pensar entonces esta otra soberanía? y, superada la pandemia, ¿hacia dónde puede devenir el futuro del movimiento social y su potencia de cambio?
La clave para responder esta pregunta se encuentra en el modo en que Georges Bataille comprende la soberanía. Tal y como se mencionaba al principio de este artículo, el pensador francés encarna una tradición de pensamiento diferente a la ya clásica concepción teológico-política de pensar la soberanía. Desde las lecturas de Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Franz Kafka, Bataille centra su noción de soberanía a partir del problema del gasto como momento de manifestación de un goce, el consumo propio de lo que se produce. En resumidas cuentas de la manifestación de una fuerza a partir de la propia satisfacción corporal.
Lo que Bataille aquí denomina como la vida soberana signa la posibilidad de que cada cuerpo, asegurando las condiciones de consumo para su sobrevivencia, pueda desplegar una potencia de vida (quizá podríamos decir de posibilidades de vivir) que vendrían de la mano del excedente de la producción arrebatado a las manos del modo de producción capitalista. En este sentido una vida soberana reclama y se expone a la confrontación en búsqueda de recuperar aquello que se le ha arrebatado. Para Bataille, siempre siguiendo a Marx y a Nietzsche, de lo que se trata es de una reapropiación de la posibilidad de que cada cuerpo decida sobre su gasto, recuperando así lo que podríamos llamar como la desalienación de su voluntad de poder. El modo de producción capitalista arrebata, justamente, esta voluntad de vida a todos los cuerpos enfocando su vida hacia la reproducción del propio capital. Esta reapropiación, o reclamo, una exigencia por un retorno del cuerpo hacia su propia soberanía no puede separarse de una confrontación con el Capital y sus agentes:
En principio, un hombre sujeto al trabajo consume los productos sin los cuales la producción sería imposible. Por el contrario, el soberano consume el excedente de producción. El soberano, si no es imaginario, goza realmente de los productos de este mundo, más allá de sus necesidades: en eso reside su soberanía. Digamos que el soberano (o que la vida soberana) comienza cuando, asegurado lo necesario, la posibilidad de la vida se abre sin límite.[6]
La noción de soberanía de Bataille nos permite comprender gran parte de las manifestaciones en Chile. Justamente es en las marchas y los meetings, en los pasa calles, en las barricadas, en las intervenciones públicas donde se manifiesta ese deseo por recuperar la posibilidad de la soberanía para esos cuerpos que en su singularidad se encuentran habitando, al modo de la multitud, las calles de Santiago. Esto se vuelve más prístino cuando comprendemos la función y el símbolo de la llamada primera linea.
Este apelativo se le ha asignado a todos aquellos cuerpos que se expusieron y que se enfrentaron a la represión de las fuerzas policiales y militares durante las manifestaciones del estallido social. El estatuto que socialmente adquirió la primera línea es singular respecto de otros momentos históricos en el país. Hace no muchos años estos cuerpos sufrían de la gran desaprobación social, siendo muchas veces condenados, enfrentados y expulsados de las manifestaciones. Con el transcurrir de las semanas y meses, la opinión social sobre la primera línea se matizó a raíz de que la violencia policial en contra de la sociedad civil en su conjunto se mostró cada vez más descarnada. Frente a la represión estatal, la primera línea apareció dispuesta a exponer sus cuerpos a la muerte con el fin de contribuir a un cambio en las condiciones sociales que se viven en Chile.
En este sentido es que la aprobación de la primera línea junto con las manifestaciones, exigencias y consignas por una nueva constitución, nos llevan a pensar que lo que se gestó en el estallido social en Chile fue un reclamo o la exigencia de una forma disidente de soberanía. La causa -siguiendo las claves que nos entregó Bataille- responde a una reapropiación de ciertas condiciones que excedan el mero hecho de la sobrevivencia de los cuerpos[7], que además, permita el despliegue de una potencia de vida que sobrepase las actuales condiciones de vida con las cuales la mayor parte de la población (sobre)vive. Las preguntas que aquí surgen y con las cuales cierra este análisis serían ¿cómo es posible que esta potencia acéfala de una soberanía disidente arribe hacia un cambio en la institucionalidad que sostiene al país? ¿De qué manera es posible pensar que esta soberanía de las calles pueda verse reflejada en una nueva constitución política? ¿Es posible concebir la institucionalización de esa potencia soberana? Si es así, ¿qué sucedería con la institución?
Una nueva constitución que llevase a cuestas las exigencias de una soberanía batailliana no puede estar fundamentada a partir del paradigma del límite, de las decisión que cierran, justamente, la constitución como documento primigenio e inmutable. Solo se podría pensar una constitución que permitiese la adaptación, que se moldease a las necesidades de la población, cuyos límites puedan estar constantemente franqueándose, dependiendo de las exigencias que el momento requiera. Esto cambiaría todo el modelo institucional del Estado, pues ya no se trataría de las lógicas del límite sino de la expansión y del desborde, de una política del gasto y no del cálculo, en un porvenir que privilegiase la vida por encima de la sobrevivencia. Donde el uso del exceso no termine oculto sino que sea consumido en aras de una potencia común. En este sentido es que la exigencia de otra soberanía frente al modelo de la democracia infame en la que Chile ha devenido, debe comenzar por volver a pensar cómo comprender la institución por venir que permita la apertura hacia una potencia común y no su clausura.
Alexis Palomino Navarrete: Profesor de filosofía por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación en Chile. Magister en Pensamiento contemporáneo: Filosofía y política por la Universidad Diego Portales en Chile. Actualmente cursa su doctorado en el programa de Hispanic and Latinamerican Studies en la University of California Riverside, en EE.UU. Entre algunos de sus escritos se encuentran Imagen, representación y violencia: una lectura de la imagen migrante y el resurgir de la lepra, texto presentado en el coloquio “Sobre la violencia”en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso en 2017. ¿Es posible una soberanía Aformativa?; reflexiones en torno a Walter Benjamin y Werner Hamacher presentado en el congreso internacional “Aporías de la Setzung: Werner Hamacher y las Heteroautonomías del pensar” organizado por la Universidad Andrés Bello en 2018. Soberanía y catástrofe: Reflexiones en torno al devenir barroco de la soberanía en Walter Benjamin, publicado en la revista “Otro siglo” el 2019.
Imagen de portada: Imagen tomada de Euronews Latinoamerica 2019. Véase el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=P2f9xRlpPbI. Consultado por ultima vez 11/04/2020.
Lecturas adicionales:
Bataille, Georges. 1996. Lo que entiendo por soberanía . Barcelona: Paidos.
Benjamin, Walter. 2005. Libro de los pasajes. Madrid: Akal.
Benjamin, Walter. 2009. «Tesis sobre el concepto de historia.» En La dialectica en suspenso, de Walter Benjamin, 43-44. Santiago: LOM.
Derrida, Jacques. 1989. «De la economía resntringida a la economía general (Un hegelianismo sin reserva).» En La escritura y la diferencia . Barcelona: Anthropos.
Derrida, Jacques. 2008. Fuerza de ley <<El fundamento mistico de la autoridad>>. Madrid: Tecnos.
Esposito, Roberto. 2006. Dies pensamientos acerda de la política. Madrid: Fondo de cultura economica .
Schmitt, Carl. 2009. Teología Política . Madrid : Trotta .
Thayer, Willy. 2006. El fragmento repetido: escritos en estado de excepcion. Santiagto: Editorial Metales Pesados.
Virno, Paolo. 2003. Gramática de la multitud: Para un análisis de las formas de vida contemporáneas. . Madrid: Traficante de sueños.
Notas al final:
[1] Walter Benjamin, La obra de los pasajes (Madrid: Akal, 2005), 875.
[2] Para más información sobre las actuales cifras de heridos y detenidos que dejó la represión cívico-militar véase la página oficial del Instituto de Derechos Humanos de Chile. https://www.indh.cl/archivo-de-reportes-de-estadisticas/.
[3] Lo que nos sobrevino -como diría Benjamin- en este despertar es también el recuerdo de movimientos sociales que anteceden las actuales movilizaciones, como los que ocurrió el 2001 con las primeras manifestaciones estudiantiles popularmente conocidas como el “mochilazo”. Primer gran acontecimiento que se tomó las calles de Santiago después de la dictadura y que comenzó con la exigencia de extensión de la duración del pase escolar (tarjeta que se utiliza para pagar el transporte público). El 2004 también fue un año de fuertes movilizaciones sociales, esta vez en contra de la realización del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico conocido como la cumbre APEC. Primera manifestación que tuvo entre sus consignas una fuerte crítica al proceso de globalización que se estaba gestando en Chile. El año 2006 también fue muy importante ya que vivimos la gran movilización estudiantil denominada “revolución pingüina”, que surgió como respuesta frente al proceso de privatización educacional que se gestó con el modelo educacional que se articuló en dictadura. Aquí se comenzaron a avizorar los primeros atisbos de un cambio constitucional que tuvo su siguiente respuesta el 2011 con la movilización universitaria que se apropio de la consigna “educación gratuita y de calidad para todos”. Y así podríamos seguir nombrando un sin numero de precedentes que anteceden al 18 de octubre (como el movimiento “No más AFP” de 2014 y el mayo feminista de 2018).
[4] Tal y como en Mil mesetas Deleuze y Guattari señalan: “Lo múltiple hay que hacerlo, pero no añadiendo constantemente una dimensión superior, sino, al contrario, de la forma más simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se dispone, siempre n-1 (sólo así, sustrayéndolo, lo Uno forma parte de lo múltiple). Sustraer lo único de la multiplicidad a constituir) escribir a n-1. Este tipo de sistema podría denominarse rizoma.” Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas (Madrid: Pre-textos, 2015), 13. Lo que las movilizaciones resistieron fue justamente esa tendencia de apropiación que los organismos institucionales trataron de lograr con la multiplicidad que se manifestó en el estallido social.
[5] El pensador italiano Paolo Virno es quien ha determinado esta lectura del pensamiento de Spinoza respecto de las diferencias entre el pueblo y la multitud, para Virno la “Multitud significa «muchos», pluralidad, conjunto de singularidades que actúan concertadamente en la esfera pública sin confiarse a ese «monopolio de la decisión política» que es el Estado —a diferencia del «pueblo», que converge en el Estado. […] la multitud es un modo de ser abierto a desarrollos contradictorios: rebelión o servidumbre, esfera pública finalmente no estatal o base de masas de gobiernos autoritarios, abolición del trabajo sometido a un patrón o «flexibilidad» sin límites.” Paolo Virno, Gramaticas de la multitud: Para un análisis de las formas de vida contemporáneas (Madrid: Traficante de sueños, 2003), 19.
[6] George Bataille, Lo que entiendo por soberania (Barcelona: Paidos, 1996), 64.
[7] La secreta alianza entre la Constitución de 1980 y el modelo económico neoliberal ha propiciado que muchos de los derechos básicos como salud, vivienda, educación, trabajo, medio ambiente e incluso la administración del agua, no sean garantizados para la mayor parte de la población. Dando pie incluso para que el dominio del ámbito privado administre gran parte de estos servicios, provocando una notoria decadencia del sector público.